Alivio, éxtasis, emoción: en Tierras, un observatorio astronómico de Arizona, una astrofísica colombiana acaba de comprobar que el telescopio que diseñó y reconstruyó con sus propias manos puede ayudarla a ver las estrellas. Frustración, inseguridad, expectación: las lentes del telescopio no están alineadas como deberían.
Tras el «momento eureka» de capturar una foto de un cúmulo estelar, llega la constatación de que la calidad de la imagen «es horrible» y el recordatorio de que la ciencia consiste en desafiar las propias creencias y habilidades, probar, fracasar, volver a empezar y volver a intentarlo hasta encontrar una solución. Y como la ciencia es su especialidad, se arremanga y se pone manos a la obra.
Juliana García-Mejía tiene 27 años -la misma edad que el telescopio que utiliza para realizar su tesis doctoral en Harvard- y lleva cuatro años y medio trabajando para responder a una pregunta fundamental. Dirigir el diseño de un observatorio, colaborar en equipo en un esfuerzo casi coreografiado para construir un nuevo instrumento, empaquetar y desempaquetar un laboratorio entero, cargar y descargar lentes, instalarlas en un telescopio, alinear espejos y codificar por la noche para automatizarlo todo es sólo una pequeña fracción de lo que debe hacer para responder a su pregunta candente. Pero es un comienzo impresionante.
La pregunta: ¿podría haber vida en otros planetas?
Juliana se hizo esta pregunta por primera vez cuando era una niña, sentada en las montañas cafeteras de Fredonia, Antioquia. Allí, contemplaba las estrellas junto a su tío y primos mientras jugaban a hacer preguntas sobre el universo. “Esa pregunta se quedó conmigo, y es a la que he decidido dedicar el resto de mi vida. He tenido la fortuna de recibir una educación y trabajar en este campo de investigación científica para ayudar a la humanidad a responderla”, compartió Juliana con el equipo de Talento de Ruta N.
Para ella, “somos increíblemente afortunados de vivir en una era no solo con madurez científica, sino también con madurez tecnológica para empezar a abordar esta pregunta”. Esta tecnología, según su experiencia, se materializa en el telescopio que utiliza para localizar planetas similares a la Tierra—aproximadamente del mismo tamaño—cercanos al Sistema Solar pero que orbitan estrellas más pequeñas y rojizas. También se manifiesta en el código que ella y su equipo han desarrollado para automatizar el telescopio y analizar sus datos.
Su entusiasmo (y quizás su respuesta) radica en la tensión entre quienes creen que el universo es tan vasto y antiguo que la vida debe haber surgido en algún otro lugar y quienes argumentan que la complejidad de la vida hace improbable que surja en cualquier parte.
Algunos se enfocan en la infinitud y complejidad del espacio exterior—galaxias, planetas, cometas y agujeros negros—mientras otros exploran la infinitud de la vida y los procesos biológicos, químicos y geológicos que llevaron al surgimiento de la primera protocélula. Como científica joven, Juliana reconoce que tiene mucho tiempo para cambiar de opinión innumerables veces, pero por ahora, está inmersa en estudiar y aprender.
Sin embargo, hay algo de lo que está segura: “Estamos en un lugar absolutamente espectacular en el universo. Es increíble que puedas sentarte en un jardín con hojas verdes y pájaros cantando a tu alrededor. No lo sabemos aún, pero podría ser que esto sea único en el universo”.
¿Cómo ha logrado Juliana mantener viva la pregunta que se hizo a los siete años al punto de construir una carrera en torno a ella? “En gran parte, tiene muy poco que ver conmigo y mucho más con el entorno en el que crecí”, dice. Sus preguntas nunca fueron silenciadas ni cuestionadas por su practicidad. Para ella, “el rol de los adultos—y de todos nosotros al crecer—es crear entornos donde la curiosidad no se extinga, sino que se valore. Y si no se sabe la respuesta, aprender a usar todos los recursos para encontrarla”.
Esta mentalidad la ha ayudado a disfrutar cada paso de su camino, lleno de momentos emocionantes y divertidos, así como frustrantes y agotadores. “En este doctorado, he tenido muchos momentos en los que he tenido que aprender algo complejo en poco tiempo. Cada vez, decido confiar en mí misma, enfrentar el problema y logro resolverlo. Siento que gran parte de aprender a manejar la frustración y las emociones relacionadas con estos desafíos es la exposición. Hay que exponerse a ese tipo de situaciones”, afirma.
El momento que más recuerda es cuando su asesor le dijo: “Esta semana quiero que trabajes en escribir un robot para que no tengas que quedarte despierta toda la noche; el telescopio se manejará solo”. Aunque tenía experiencia en programación, no sabía nada sobre cómo automatizar un telescopio. Su primer pensamiento fue: “¿Qué está pensando? ¿Cómo espera que haga eso?”. Pero aceptó el desafío, y aunque no lo terminó en una semana, investigó y comenzó a desarrollar su robot, acercándose a noches de sueño ininterrumpidas.
“En algún momento me di cuenta de que todos esos desafíos son manejables. Siento que una de las claves para aprender software es dedicarle tiempo, calmarte y descomponer el problema en piezas muy pequeñas”, dice. Reconoce la programación como una herramienta poderosa. “Casi toda la astrofísica implica software. Paso todo el día programando”, añade.
“Puedes aprender a programar un telescopio para que sea robótico, apunte a ciertas coordenadas en el cielo cada noche y recopile datos. Puedes usarlo para diseñar ópticas o decidir qué observaciones priorizar según el clima y la ubicación. Todo en astronomía hoy en día implica software, desarrollo de software y código”.